Cuando salió la última película de Hayao Miyazaki, El
niño y la garza, sentí una gran emoción. Por supuesto, como admiradora de los
filmes anteriores del director, quería ir a ver en cine una de sus películas.
Era una oportunidad única y mis expectativas eran muy altas.
Recuerdo que luego de su estreno muchas personas se
refirieron a ella como «la obra maestra» de Miyazaki, como la última gran
película del aclamado director tras diez años de planificación.
Sin embargo, mi impresión al verla fue que la primera
parte de la película trascurría extremadamente lenta, mientras que en la segunda
se sucedía una acción tras otra sin mucho contexto. Mi conclusión fue que era
una película inentendible. No me dejó pensando en lo que pasaría después, no me
dejó divagando en un mundo de fantasía, no me hizo soñar con escribir una
historia así. No creo que haya sido una mala película, pero en definitiva dista
mucho de ser la «obra maestra» o la obra «cúlmine» de Miyazaki.
Lo mismo ocurrió con Barbie, película que ya tiene su
propio análisis dentro de este blog en Mi
problema con el guion de Barbie. Todos dijeron que era el mejor trabajo de
Greta Gerwing, cuando para mí la realidad fue muy distinta.
Y es que tendemos a creer que mientras más incomprensible
y compleja es una obra más elaborada es; lo cual es falso. Es allí cuando
aparecen las famosas etiquetas de «efímero», «irreal» o «fuera de este mundo»,
como si el creador hubiese tenido una explosión de creatividad al momento de escribirla.
Como si la historia le hubiese llegado al escritor en un instante de catarsis.
Nada más fuera de la realidad. Al menos, desde mi
punto de vista como escritora, no hay nada más fácil que dejarse llevar por las
ideas o divagar en hechos sin sentido. Las historias abstractas no se crean
porque sean complejas, se crean porque de entrada el autor no tiene un mensaje
claro para ellas.
Las obras abstractas parecen increíbles porque admiten
muchas interpretaciones y esa es precisamente la idea, que el lector las
interprete como él quiera. En estos casos, el trabajo del autor se basa en expresar
muchas imágenes que pueden o no tener relación entre sí.
El escritor solo juega con la imaginación del lector,
pues es claro que de una idea confusa pueden salir mil y una interpretación,
pero esto solo sucede porque la mente humana es única y siempre buscará darle
una explicación a lo que no entiende. Bienvenidos a la realidad, así funciona
el cerebro. Nuestro cerebro ama las encrucijadas, unir ideas, generar
hipótesis, crear conspiraciones donde no las hay.
Por eso me genera gracia oír comentarios como «todo
estaba fríamente calculado» o «el autor pensó hasta en el mínimo detalle»
cuando de obras abstractas se trata, como si los escritores tuviéramos la
capacidad de ingresar en la mente de las personas para decirles cómo pensar. No
existe nadie así, no existe nadie tan increíble, nadie con esas capacidades,
solo queremos darle el título de genios a personas cuyos trabajos nos han
sorprendido de alguna forma.
Pero te diré lo que es una verdadera hazaña, organizar
ideas, combinarlas entre sí para que parezca que todo encaja perfecto como un
rompecabezas. Que de las mil páginas que escribiste todo resulte coherente
entre sí. Que, aunque el mundo sea complejo el escritor tenga la capacidad de describirlo
en palabras simples. Estas hazañas si ameritan un premio, porque implican haber
pasado horas y horas pensando en como conectarlo todo para que el lector entienda
tu historia.
Por eso, hay que bajar a los grandes artistas de su
nube dorada y dejar de pensar que cualquier cosa que escupen es oro. No porque
una obra venga de un director, un artista o un escritor conocido significa que
es buena. Tampoco porque un autor tenga buenos escritos significa que es un
genio. No existen los genios, pero de esto ya hablaremos en otro post.
Por último, dejemos de criticar a quien dice «no
entendí» la película, el libro, la pintura, porque quizás sea la única persona
sincera que se atreva a decir lo que todos en el fondo piensan. Si alguien dice
que no entendió es porque seguramente la obra no se entiende.
Recuerdo que muchas mujeres se enojaron con las críticas
que le llovieron a Barbie; muchas tildaron a estos críticos de ignorantes o
machistas o simplemente sugirieron que no habían prestado atención a la
película.
Sin embargo, no me considero nada de eso y aun así no
entendí el mensaje de Barbie. Y es que cuando digo que «no entendí» no quiero
decir que no puedo deducir una idea general de lo que fue el filme, porque
cualquiera puede hacerlo, cualquiera puede decir que la película trata de una
muñeca que quiere «hallar» su identidad en un mundo que creía era gobernado por
mujeres, pero en realidad es gobernado por hombres.
Cuando digo que no entendí me refiero a que no entendí
los mensajes secundarios, no entendí la coherencia entre escenas, no entendí el
trasfondo de los personajes, no entendí los aspectos complejos de la película y
como escritora sé que esto es una falla del guion.
Dejemos de prejuzgar a las personas por decir que no
entienden una historia que fue creada, a propósito, para que no se entendiera,
sino para ser interpretada de forma libre.
Y ojo, que las obras abstractas también tienen su
lugar en el mundo, no las odio y no creo que esté mal disfrutar de ellas. Si
amaste Barbie, si amaste El niño y la Garza y si amaste cualquier otra película
u obra de este género sigue así, porque cada historia tiene su cabida.
Lo que ocurre, al menos en mi caso, es que me gusta
analizar el proceso de creación detrás de cada historia en general, porque
siento que de allí puedo inspirarme para crear mis propias historias. Sin
embargo, cuando veo que tras bambalinas solo hay un autor que no sabía qué decir
y se le ocurrió decirlo todo, me decepciono un poco.
Esta es solo mi perspectiva como escritora, como una
escritora que ama conocer el origen de las historias, de la historia detrás de
la historia. Y como escritora te digo que no hay gran misterio tras una obra
abstracta, no hay truco, no hay magia. De ahí que llamar «obra maestra» a algo
inentendible me parezca un error.
Dotatodi