Las paredes eran de color
verde olivo, la habitación estaba llena, pero solo se escuchaba una serie de
murmullos.
―Ella es su hija―decían
algunos.
―Sí, ¿pero él la
reconoció como propia?
―Pues yo jamás la había
visto.
―Seguro se avergonzaba de
ella.
Y luego risas.
Asustada, la pequeña Susana
apretaba el brazo de su mamá mientras se movían lentamente hasta una larga caja
de color cobre. Como la tapa estaba abierta, pudo ver lo que había adentro y se
sorprendió al encontrar a su abuelo Henry. Estaba muy calmado, apoyando su
cabeza sobre una almohada y vestido con el traje gris que solía usar los
domingos.
¿Toda esa gente se reunía
allí para ver dormir al abuelo?, pensó la niña y de pronto exclamó:
―¡Está sonriendo!, mi
abuelito debe tener un buen sueño.
―¿Pero qué dices?―la
interrumpió una mujer―. ¿Soñando? ¿Cómo puedes ser tan tonta?
―Es solo una niña―
intervino la madre―, no tiene porqué saberlo.
La mujer hizo una mueca y
se apartó, no sin antes decir:
―Era de esperarse de la
hija de una bastarda.
―¡Silencio!―agregó
Beatrice, la esposa del abuelo―. ¿No pueden guardar un poco de respeto por el
recuerdo de Henry?
Y luego pidió disculpas.
Los demás asistentes guardaron silencio.
Susana y su madre se acercaron
de nuevo, cuando una fuerte ventisca se sintió dentro de la habitación y cubrió
a todos de una fina capa de escarcha. Susana notó que nadie, salvo ella, podía
moverse. Cuando la ventisca se deshizo, apareció un muchacho alto y con
anteojos.
―¿Quién eres tú?―le
preguntó.
―Pues yo―respondió el
joven.
―¿Quién?―volvió a
preguntar la niña.
―¿No es obvio?, soy un
doctor, un doctor de sonrisa. Santiago es mi nombre.
―¿Eres un dentista?
―No, no lo soy.―la miró
irritado el joven―. Soy un doctor de sonrisa.
―Pero los dentistas son
doctores de sonrisas…
―¡No!―insistió―, los
dentistas son doctores de dientes, ser doctor de sonrisas es mi trabajo.
―¿Y no deberías estar
trabajando?
―Eso hago.―suspiró
Santiago―. Estoy clasificando.
―¿Te refieres a la sonrisa
del abuelo?
―¡Qué lista, Susana!
―¿Cómo sabes mi nombre?―preguntó ella.
―Tienes un don muy
especial y aunque no lo sepas, tu nombre es muy popular entre mis conocidos.
―¿Es porque puedo ver la
sonrisas?
El joven negó con la
cabeza.
―Hum ―exclamó―, no es porque
puedas ver las sonrisas, es porque puedes ver incluso las que nadie más ve.
Existen muchas clases, y como doctor estoy encargado de clasificarlas.
―¿Cuántas clases?
―¡Miles!―sonrió él―. Llevo
años ejerciendo la profesión y he visto de todo tipo. Sonrisas llanas, medias
sonrisas, sonrisas breves, simples, graves y muchas otras. Podemos
clasificarlas de acuerdo a su forma, origen, resultado, etc.
―¿Y también vas a
clasificar la sonrisa de mi abuelo?
―¡Por supuesto!
―Entonces quisiera
ayudarte.―sonrió la niña.
El joven doctor meditó
por un rato mientras caminaba por la habitación.
―Podría hacer una
excepción contigo―dijo―, pero antes de clasificarla deberías ver otros tipos de
sonrisa para entender más sobre mí trabajo. Así que acompáñame.
Y le extendió la mano.
―Pero no puedo dejar a mi
mamá sola―renegó la niña.
―Oh, no te preocupes, seré
muy breve y mientras estemos fuera, el tiempo permanecerá detenido en esta
habitación. Nadie moverá ni un solo dedo mientras yo no lo permita.
Y riendo se acercó a la
mujer que había llamado tonta a Susana y le dio un pequeño pellizco en el brazo.
Luego volvió a estirar su mano hacia la niña y juntos dejaron la habitación.
Aparecieron en un parque.
Un grupo de niños jugaba alrededor de una pelota. Uno de ellos la tomó entre
sus piernas y los demás lo siguieron. Cuando ya estaba cerca de la cancha y
solo debía lanzarla, se enredó entre sus piernas y terminó cayendo sobre su
espalda. Al verlo, los demás soltaron una carcajada y conteniendo la risa le
extendieron la mano.
―Esa sonrisa se conoce
como burlona leve clase uno― le dijo Santiago a Susana―. Es cuando nos reímos
porque algo malo le sucedió a uno de nuestros compañeros. En estos casos es
“leve” porqué es inofensiva en el sujeto, y es de clase uno porque el acto que la
provocó fue involuntario.
El joven también le
explicó que los grados de ofensas podían variar, siendo ‘leve’ el más bajo de
ellos.
Después de la
explicación, agitó su mano y el grupo de niños desapareció. Se encontraban
ahora en la plazoleta de comidas de un centro comercial.
En una de las bancas
vieron a una muchacha cubrirse el rostro con las manos.
―Está llorando―le aseguró
el doctor.
Al poco rato se le acercó
un joven, le ofreció un helado y un beso. La muchacha le sonrió y aceptó los
presentes.
―Esas son dos clases de
sonrisas―continuó Santiago―: la compasiva y la agradecida, dos de mis
favoritas. Pero miremos otros ejemplos.
La joven pareja se fue
desvaneciendo y Santiago y Susana aparecieron en los pasillos de un hospital. Había
allí un doctor hablando con un grupo de señoras.
―Lo siento―les decía―, no
hay mucho que se pueda hacer, la operación es la única alternativa.
Las mujeres se pusieron a
llorar, pero una de ellas secó sus lágrimas y entró en la habitación de la cual
había salido el médico y se reunió con un niño de diez años que se encontraba sujeto
a varios cables.
―No te preocupes―le
sonrió ―, todo va a estar bien.
―¿Qué le pasa a ese niño,
doctor sonrisa?― preguntó Susana.
―Tiene cáncer―respondió
él―, ha recibido tratamiento de quimioterapia, pero no parece ser muy efectivo
en él. ¿Ves la sonrisa de la madre?, es a lo que yo llamo una falsa clásica. Se
da en esos momentos en que quieres llorar, pero no demostrarlo.
―¿Va a estar bien el
niño?
El doctor acarició la
cabeza de la niña, luego contestó:
―A veces la diferencia
entre la vida y la muerte depende de qué tanto creemos en ella. Vamos y terminemos
este recorrido, te mostraré otra bella sonrisa.
Se encontraron esta vez
en un enorme escenario. La función estaba a punto de comenzar. Una joven
veinteañera interpretó a Schubert con su viola. Cuando finalizó, el auditorio
se llenó de aplausos.
―Creo que entiendes este
tipo de sonrisa―dijo Santiago―, es la que se produce al alcanzar una meta o
sueño.―y rápidamente, agregó―. Ya se nos acabó el tiempo, debemos volver con tu
mamá y tu abuelo.
Tal y como lo había dicho,
ni una sola mosca se había movido de la habitación.
Susana se fijó mejor en
el rostro de su madre y se dio cuenta de que estaba llorando. Nunca le había
visto una sola lágrima antes y sintió una enorme tristeza.
―Cuénteme doctor―dijo ―y
¿Qué tipo de sonrisa es la que tiene mi abuelo?
―¿Tu abuelo?―meditó
Santiago y lanzando un gran suspiro continuó―. Él tiene una sonrisa especial,
porque es la última. Proviene del fondo del alma y define si has tenido una
buena vida. Tú al igual que yo podemos ver esa sonrisa y eso solo significa una
cosa: tu abuelo ha sido muy feliz.
Y desapareció con estas
palabras. El tiempo también regresó a la habitación, pero la niña no lo notó.
Veía a su abuelo sonreír y lloraba. Ahora entendía que él ya no volvería.