—Cuentan algunas lenguas, que en la ciudad
de Cartagena existe una leyenda que solo ocurre a ciertas horas de la noche.
Exactamente desde las doce y hasta antes de las tres del día siguiente.
Les contaba Giselle a sus hermanos
pequeños.
Bueno, quizás no tan pequeños, Ferney
tenía 11 años y Pablo 6. Mientras que Giselle tenía 15, y quizás era un poco
mayor para estos cuentos, pero amaba enormemente contarles todo tipo de
historias a sus hermanos, y estos a su vez les encantaba escucharla. Sobre todo,
si eran historias de fantasmas.
―En la ciudad—continuaba—, los carruajes y
los paseos a la antigua son muy populares.
Los turistas adoran montarse en ellas y andar
de arriba a abajo por toda la ciudad.
En la noche, se ve adornada y brillante. Las
personas adoran cómo ese juego de luces se combina prácticamente con el sonido
de la música. Y como siempre está iluminada, nadie teme. Sin embargo, en las
horas que les indiqué y cuando nadie se lo espera, las luces se van apagando.—y
utilizó un tono de voz más misterioso—. De pronto te das cuenta de que estas
solo. Apareces no en la discoteca, no en el teatro, no en el hotel, pues todo
lo que antes estaba, ya no está.
—Entonces, ¿qué se hizo?—preguntó
desconcertado el hermano mayor.
—Se esfumó—le respondió tranquila Giselle,
quien ya esperaba la pregunta—. No puedes reconocer nada, porque lo que ves no
es de tu época: casas, jardines, calles, ¡todo es del pasado!
—¿Y la comida también?—preguntó el hermano
menor.
—Sí, supongo que la comida también—rio la
hermana—. Pero en lo último que piensas es en la comida.
—Sigue contando Giselle—insistió el hermano
mayor, mirando mal a su hermano menor.
El caso es que eso no es lo peor. Como
dije, las luces se van apagando poco a poco. Y de pronto escuchas el galopeo de
un caballo, un carruaje viene en tu dirección. Se te presenta un hombre muy
elegante vestido de negro, de sombrero alto, zapatos con hebilla y saco de
cola.
Te invita a dar un paseo, pero debes
pensarlo dos veces antes de decidir subirte. El chófer sabe que tan bueno has
sido, ya que no ofrece un paseo a cualquiera, sino aquellas personas que
durante su vida han sido muy malas o muy buenas.
—¿Como no hacer la tarea?—preguntó Ferney.
—Eso es algo malo, pero me refiero a cosas
peores. Como tantos crímenes que se cometen hoy en día—les explicaba Giselle―En
fin, si has sido bueno no tienes de que preocuparte, el chófer te convencerá de
que subas, pero no te obligará. Si aceptas, te llevará por los rincones más
preciosos que te puedas imaginar, atravesarás parques, palacios, ríos, muros de
joyas y juguetes. Verás calles de oro, nieve y flores. Son tan hermosas las cosas
que ves, que no cabe describirlo en palabras. Al otro día amanecerás en tu
camita, creyendo haber tenido un plácido sueño, cuando todo en verdad ocurrió.
—¿Y si eres malo?—preguntó Pablo.
—Sí eres malo, no importa lo que hagas, el
hombre te obligará a subir, y una vez estés allí adentro no podrás bajarte.
«La leyenda cuenta, que los pasajeros son
llevados a los lugares más aterradores, donde se presencia la verdadera
oscuridad del mundo.
»Pueblos de miseria, ciudades tan sucias
que hasta las ratas comen del plato junto a las personas. Llantos, gritos de
desespero, muerte y putrefacción. En pocas palabras, al mismo infierno.
»Al día siguiente te levantas en tu cama,
pero a diferencia de los otros, no podrás hablar. Tus ojos han visto cosas tan
horribles que simplemente el impacto no te permite hacerlo. Pero eso no es todo,
esas personas cambian para siempre. Algunos de ellos, para compensar sus malas
obras, intentan resarcir perjuicios, ayudando a otros, dando posada a viajeros
etc. Así logran mejorar su situación, pero nunca se recuperan por completo».
De esta forma, concluyó Giselle su historia
y a momento seguido regresaron todos a su cama, esperando visitar en sueños
aquellos lugares fantásticos.