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¿Dejar de sonreír? ¿Cuál es la forma correcta de lidiar con una pérdida?

 


Sé que llego tarde, como siempre, a los escándalos de farándula, pero, ¿por qué no hablamos de Luisa Fernanda W? Hace unos días ni siquiera sabía quién era ella, pero hubo algo que hasta una antifarandulera como yo escuchó, Luisa no le guardó luto a su exnovio.


Para entrar en contexto: él, de nombre Fabio Legarda, era un cantante de reguetón en ascenso y, ella, Luisa, una influencer (todavía lo es), pero desafortunadamente llevaban 9 meses saliendo cuando Legarda fue asesinado. Casi un año después, Luisa estaba en un nuevo romance con otro cantante, Pipe Bueno.


Los fans de Legarda reaccionaron de inmediato y armaron todo un escándalo en torno a su ex. Tildaron a Luisa de infiel, de mala novia, de insensible, entre otras cosas.


El chisme estuvo tan bueno que Las igualadas le dedicaron un vídeo hablando de por qué las mujeres no debemos ser condenadas a guardar luto a nuestra pareja, poniendo varios ejemplos de mujeres que en India son obligadas a morir en vida tras la muerte de su esposo.


Todo esto me puso a reflexionar y decidí que sería bueno abarcar este tema, ya no desde una perspectiva feminista, porque no solo las mujeres hemos experimentado pérdidas. Creo que es el momento para aclarar algunos conceptos anticuados y muy hollywoodenses que tenemos sobre cómo debemos lidiar con la muerte de un ser querido.


Inicio yo. Mi abuelita, mi mejor amiga, la mujer más increíble que he conocido en toda mi vida murió cuando yo tenía 15 años.


Hasta entonces creía saber lo que era lidiar con la muerte de alguien, no era el primer familiar que había perdido. De hecho, perdí a mi abuelo a los seis años y tras él a varias tías. Pero nada podía prepararme para la muerte de mi abuelita, nada.


El dolor no fue de inmediato, fue solo una transición de un estado a otro, fueron el tiempo y su clara ausencia lo que en verdad me dolió. El no poder llamarla, el saber que no iba a poder hablarle y contarle mi día a día. El saber que no volvería a esa casa, porque no tenía sentido sino estaba ella.


Pero no por eso dejé de sonreír


Al día siguiente de su partida fui a clases, aunque mis padres me dijeron que no tenía que ir, fui. Salí más temprano que el resto, para ir a su velorio y en la tarde a su entierro, pero no falté un solo día de clases, porque sabía que mi abuelita no lo hubiese querido. No me tomé un año sabático, ni dejé de hacer planes. No mandé mis sueños a la basura ni me aislé del mundo. Al mundo eso no le importaba, siguió girando como si nada hubiese pasado.


Alguien que no me conoce podría decir que la muerte de mi abuelita no me dolió nada. Yo no llegué llorando al día siguiente y volví a reír con mis amigos al poco tiempo. Sin embargo, han pasado más de 10 años y aún lloro al recordarla, porque no existe nada en este mundo que pueda reemplazarla.


Y como yo, hay muchos otros que decidieron no dejar de sonreír ante la partida de un ser querido.


2012, clase de sucesiones. Tuve que exponer yo sola, por dos horas continuas, sobre los testamentos. Mi compañera de exposición no vino ese día, su abuela había muerto.


Ella no solo faltó a clases esa vez, sino al día siguiente y la semana siguiente y, cuando nos dimos cuenta, había faltado todo un semestre.


Todos lamentamos su pérdida, pero no justifiqué su inasistencia.

¿Era por qué quizás yo no había amado tanto a mi abuelita como ella amó a la suya? Por supuesto que no, esto no se trataba de amor, se trataba de lidiar con la muerte de otra manera.


Y no era la única que cuestionaba su comportamiento. Mi amiga Kathe había perdido a su mamá unos años atrás. ¿Podía pensar lo mismo de ella? Su mamá era su única compañía, no tuvo hermanos, ni compartió momentos especiales con su padre, siempre fueron las dos.


Ella, al igual que yo, no faltó a clases y no se tomó años sabáticos, ni dejó sus sueños de lado. ¿Quería decir esto que Kathe en realidad no había amado a su mamá? No lo creo.


La verdad nada puede prepararnos para la muerte de alguien, aunque creamos estar listos, pero sí podemos decidir qué haremos después de esa partida, porque queramos o no la vida sigue adelante.


No está mal reírse luego de haber experimentado una pérdida y hacerlo no le restará amor a lo que sentimos por esa persona.


Ahí estaba yo, riéndome con mi amiga luego de que esta perdiera a su papá. También estuve riéndome con mi abuelita luego de que esta perdiera a su hermana. En ambos casos no había pasado ni una semana de sus muertes, pero jamás dudé, ni por un segundo, lo valioso que fueron sus seres queridos para ellas.


¿Crees saber cuál es la forma correcta de lidiar con una muerte? No la hay. Algunos lloran en público, unos solo lloran a puerta cerrada, otros se dan golpes de pecho y pierden el sentido de sus vidas, otros se dejan inspirar por las figuras que conocieron.


La muerte de alguien no tiene por qué robarnos la felicidad. Es duro. El dolor no va a desaparecer, quizás no se vaya nunca, pero estoy segura de que ninguno de nuestros seres amados querría que dejásemos de sonreír.


A veces las películas de Hollywood tienden a mostrarnos “la forma correcta” de lidiar con una muerte. Escenarios que suelen ser exagerados solo para que el espectador entienda que esa partida lastimó al protagonista. Ahí es cuando vemos correr al chico o a la chica hasta el parque para luego escucharlo llorar a todo pulmón.


¿Quién no ha visto al protagonista encerrarse en su cuarto por días, sin comer ni dormir, a causa de la muerte de alguien?


Pero no conozco la primera persona que se haya comportado así.


La muerte hace parte de nuestras vidas, no podemos evitarla y tarde o temprano nos tocará vivirla de una forma u otra.


Si tú nunca has perdido un ser cercano no puedes saber cómo se siente, pero te puedo decir algo, no existen reglas para el luto. Si quieres llorar, hazlo, si quieres seguir tu vida y sonreír, hazlo, si quieres encerrarte en tu cuarto, hazlo. Ni reír ni llorar van a hacer que en algo cambie el pasado.


Tu eres el dueño de tu dolor, no permitas que alguien te diga cómo debes lidiar con él.


Conozco a una chica que perdió a su esposo. Un hombre maravilloso que la dejó con dos hijas antes de que ella cumpliera los 30. Al morir, todos le dijeron lo mismo: “tienes que ser fuerte por tus dos hijas”. Pero nadie pensó en su dolor, ¿qué pasaba con eso?


Sus hijas son todavía muy pequeñas para entender la muerte de su padre y aunque quizás algún día lo entiendan, el dolor de mi amiga fue inminente.


De la nada se sintió presionada, sintió que no debía llorar, que era su obligación olvidarse de él pronto para poder sostener su hogar.


¿Qué tiene de malo llorar? Le pregunté. Si se guarda todo esto ahora, ¿entonces cuándo estará bien hacerlo?


Parece que siempre es un dilema llorar o no hacerlo.


La realidad es que nadie decide por nosotros, nadie puede saber cómo nos sentimos, incluso si también han perdido a alguien.


Si yo perdiera a mis padres, a mi hermano o a mis amigos, sabe Dios cómo actuaría. Tal vez igual que antes o tal vez no, en todo caso, será mi luto, solo mío y solo yo sabré cómo cargar con él.



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