Como se ha vuelto
costumbre iniciar estos post hablándoles sobre alguna experiencia reciente,
considero que debo seguir por esa misma línea y no hacer de este artículo la
excepción.
Así pues… recuerdo
que unos meses atrás tuve una cita con un chico de mi ciudad. Ninguno de los
dos llamó al otro para una segunda cita y eso está bien, teníamos gustos muy
diferentes. Sin embargo, hubo algo de ese encuentro que me puso a pensar y a
cuestionar mi estilo de vida y eso era su propio estilo de vida.
Para que me
entiendan, se trata de un joven muy atlético, que le gusta escalar montañas,
hacer camping los fines de semana y caminar por horas. Si me preguntan, diría
que es alguien que no disfruta mucho quedarse en casa.
Durante nuestras
conversaciones entendí que hacia gran parte de estas cosas porque de alguna
manera necesitaba alejarse de lo cotidiano para conectarse consigo mismo.
En mi caso, soy muy
distinta, me gusta quedarme en casa, no suelo viajar mucho y, por supuesto, no
soy tan aventurera como es él. Pero al escucharlo hablar me pregunté a mí misma
si de verdad necesitaba hacer las mismas cosas que él para conectarme conmigo
misma. Y la respuesta corta fue no.
No estoy para nada en
contra de sus gustos. Sucede que no soy así. Tampoco me considero una perezosa
o una amargada, más bien disfruto la vida de otra manera. Me mantengo ocupada y
pocas veces me quedo en cama todo el día.
Me gusta pintar y
fabricar cosas a partir de la combinación de muchos elementos. Adoro escribir y
también jugar en la Nintendo. Además, para los que leyeron el post anterior, se
habrán enterado que disfruto hacer actividades en solitario, aunque la compañía
de mis amigos no me incomoda y la valoro mucho.
Pero no siempre me
sentí así.
En Instagram mis conocidos parecían tener
una vida mucho más interesante que la mía. Viajes, negocios, hijos, matrimonio.
Y esto me hizo pensar que todo el mundo iba demasiado rápido o que quizás yo
era muy lenta y me estaba quedando atrás.
Fueron momentos algo
duros de mi pasado, durante los cuales tuve que lidiar con dificultades
económicas, problemas familiares y baja autoestima. Lo curioso fue que una vez
conté con el dinero para viajar decidí no hacerlo.
De hecho, decidí que
quería cambiar de escritorio, luego que quería comprar un mejor violín y luego
que quería salir con mis amigos. Y así, al ir cambiando mi espacio y las cosas
a mi alrededor de pronto comencé a sentirme muy bien estando en casa.
Cuando mis relaciones
familiares mejoraron y mi autoestima se elevó, huir ya no tenía sentido para
mí. Ahora mismo, no necesito ir hasta la montaña más alta o viajar kilómetros lejos
de mi casa para sentirme bien o para conectarme conmigo misma.
Soy feliz mirando las
estrellas desde el balcón, escuchando la lluvia acostada en mi cama o leyendo
un artículo de historia. Son pequeñas cosas que agregan mucho valor a mi día.
Tal vez me estoy
volviendo vieja o tal vez me doy cuenta de las ventajas de hacer todo más
lento, sin prisas.
Por ejemplo, el otro
día fui sola a hacer mis compras de mercado y mientras miraba los artículos del
mostrador escuché por la radio a Carlos Vives. Por un instante me sentí realmente
viva y con un impulso enorme de ponerme a bailar en los pasillos. Fue una
explosión de felicidad.
No creo que viajar,
tener hijos o sacar adelante tu negocio tenga algo de malo, pero creo que los
pequeños logros también deben celebrarse, como cuando consigo que una receta me
salga bien.
Darme cuenta que he
mejorado en el violín o que aprendí un paso nuevo de baile son cosas que me
hacen feliz, pero es una felicidad que no necesito compartir en mis redes
sociales y que, justamente, al dejarla solo para mí, la convierte en una
especie de felicidad secreta.
Estoy de acuerdo con
que lanzarse a la aventura es emocionante, pero no necesito hacerlo para
sentirme viva o completa.
Hoy día, gracias a
las redes sociales, tenemos una ventana directa a la vida de otras personas y,
como seres humanos, somos curiosos y deseamos enterarnos de los detalles que hacen
felices a otras personas, para bien o para mal.
Es normal sentirse
presionado, sentir que te estas quedando atrás y compararte con otras personas.
Pero no porque otros lleven vidas aceleradas y extraordinarias significa que tu
vida es menos valiosa.
Recuerda que no todo
lo que ves por las redes es tan maravilloso como se pinta y que todos los días
salen noticias de vidas falsas o de personas que de la nada se ven obligadas a
desconectarse porque no pueden mantener la fachada de vida perfecta.
Créeme, la felicidad
no está en las grandes cosas, la felicidad no está en lo profundo de un bosque
y en el fondo del océano, la felicidad viene de ti, de tu rutina, de hacer esas
cosas pequeñas que agregan valor a tu vida.
Tampoco es mi
intención el que te encierres en casa y no hagas nada en todo el día, pero si
quieres estar en casa, porque te sientes bien allí, hazlo. No necesitas ir
siempre tan rápido, la brisa se disfruta más cuando llega suave y prolongada.
Tomate tu tiempo,
busca pasatiempos en los que distraer tu mente, arregla tu espacio para tu
propia comodidad y termina esos proyectos que dejaste atrás. Ten paciencia, las
ganancias de las inversiones no se obtienen en un día. Pero cada día, agrégale
valor a tu vida.
Ya tendrás tiempo
para viajar y enamorarte, no hay prisa. Y si vas a hacerlo no lo hagas por
encajar en la sociedad, hazlo porque te gusta.
En mi caso, estoy convencida
de que seré más feliz viajando poco a sitios a los que en verdad quiero ir, que
viajando mucho a sitios que solo me llaman la atención.