La última vez que fui a la peluquería, me encontré con que la peluquera tenía visita. Su sobrina de nueve años estaba con ella. Una niña bastante simpática, vestida con una blusita y un short. La niña, que se notaba que estaba aburrida, comenzó a jugar con una calculadora que encontró, cosa que no le gustó a su tía, quien la animó para que se pusiera a estudiar, como es debido. Pero no se detuvo ahí, pues por cada cosa que la niña hizo o no hizo, fue reprendida.
Allí estaba la peluquera criticando la forma de vestir de su sobrina porque, según ella, las niñas deben vestirse con vestidos, no con ropa que las haga "lucir feas y flacuchas".
Escucharla fue insoportable, en especial porque la niña no decía nada, pero se veía que estaba a punto de llorar.
Y como esta peluquera, hay muchos adultos que detestan que los niños actúen como tal, como si se hubiesen olvidado de que alguna vez fueron niños y que fue gracias a esas travesuras que pueden recordar buenos momentos y reirse.
Nadie recuerda con especial cariño los momentos en los que tuvo que quedarse quieto, estudiando o sin nada que hacer.
Los niños no son adultos, tienen derecho a ensuciarse, a dañar sus juguetes, a no escribir ni pronunciar bien, porque ni siquiera los adultos podemos ser buenos en todo.
Mientras los niños están en constante aprendizaje, al adulto le basta con saber lo que ya sabe, y sin embargo, se atreve a juzgar a un niño que está dando todo de sí por saber más.
Lo genial de ser niño
es poder centrarse en uno mismo, no tener responsabilidades, ni deudas, ni rupturas amorosas. No pasar por la crisis de los veinte o los cuarenta, sino en la crisis de perderte tu serie favorita por tener que ir al dentista.
Los niños deben permitirse ser ellos al cien por ciento y eso no es malo.
Ya habrá momentos para estar limpios, primero hay que dejarlos lucir la raspadura de la rodilla con orgullo. Y si al final del día se ven como gamines, pensemos que es un signo de que el juego estuvo divertido. Tranquilicémonos adultos, la mugre sale con agua y jabón, pero las malas experiencias se marcan para siempre.
Hagamos del "no" la excepción y sobre todo no la usemos para limitar su creatividad.
Si le decimos a un niño que no debe montar bicicleta porque es peligroso, ¿cómo aprenderá a montar algún día?
Debemos entender que los accidentes ocurren, de una u otra forma y en la mayoría de los casos por cosas que no podemos evitar. Los padres no podemos estar pendientes de cada cabello de nuestros hijos y si lo hacemos provocaremos otro tipos de daños.
Nadie, ni la madre más prevenida del mundo, puede proteger a su hijo de lo peor.
Es cierto que asusta, asusta mucho, pero es parte de la vida arriesgarse. Si el niño aprende a depender de nosotros siempre, cuando no estemos no podrá vivir como cualquier adulto normal.
Por otro lado, como hijos, necesitamos espacio para experimentar, para tener nuestras propias peleas, para hacer las cosas mal, para arrepentirnos y volvernos a equivocar. La vida no se compone de cosas buenas y por eso necesitamos criar personas fuertes, personas con la confianza suficiente de salir a enfrentar cualquier problema.
Seamos precavidos y desconfiemos, sí, pero no de nuestros hijos, de los adultos, que son quienes realmente pueden hacerles daño.
Si nuestro hijo se equivoca, apoyémoslo, vivamos con él ese
momento y hagámoslo sentir que no está solo. Ellos deben entender que ni siquiera los adultos son perfectos, que estamos llenos de errores y que también tenemos miedo.
Ahora bien, si hay algo que consideremos que definitivamente no está bien, charlemos. Hablemos con ellos y expliquémosles el por qué. No les digamos mentiras, no creemos fantasías, vayamos al fondo de su conducta y entendamos la raíz del problema, porque quizás sea un reflejo de nuestros propios errores.
En esos momentos debemos pensar si tal vez somos nosotros los que necesitamos cambiar para dar ejemplo.
Luego de eso y si el niño vuelve a incurrir en esa conducta inapropiada ya podremos justificar el estar serios y ponernos firmes en el "no".
Entretanto, recordemos que el bullicio y el
desorden de los niños puede ser molesto, pero siempre inofensivo. En cambio, el bullicio y el desorden de los adultos es destructivo.
¿Se imaginan? Si el desorden del
mundo fuera provocado por los niños viviríamos en una utopía, algo desordenada, pero al fin de cuentas una utopía.
Por eso, dejemos a
los niños disfrutar de su niñez.
Niños se es solo una vez, pero adultos seremos
siempre y eso no cambiará aunque queramos.