Nunca se habían visto en persona,
pero sí en sus sueños. Era una conexión entre hermanas que les permitía
reunirse dentro de este mundo.
Eso pensaba Miranda, cuando veía a una chica igual a ella que se hacía llamar Elizabeth dentro de su sueño.
—¿Cuántos años tienes?—le preguntaba.
—Trece—contestaba Elizabeth.
—¡Igual que yo! ¿Por qué te pareces tanto?
—No lo sé—confesaba Elizabeth.
Era la respuesta que solía recibir cada vez que le preguntaba sobre ella.
A pesar de que físicamente eran muy parecidas, no tanto así sus personalidades. Mientras Miranda prefería las artes, la música o el dibujo. Elizabeth prefería estudiar, planificar y leer mucho de historia. Una era más amable, mientras la otra tenía un carácter más frío y se enojaba con mayor facilidad. Sin embargo, había algo que las dos compartían: su forma de expresarse.
Existen aquellos que usan la música como forma de expresión, otros, los dibujos o las pinturas. Algunos escriben poemas y canciones, pero ellas usaban el baile.
Ambas eran bailarinas de gimnasia rítmica y sus apoyos eran las cuerdas, los mazos, los aros, pelotas y cintas.
Si Miranda prefería un estilo libre y divertido, Elizabeth elegía ser más técnica y exigente.
Todo esto lo podían ver desde el mundo de los sueños, su lugar secreto, solo para ellas.
Habían comenzado a verse desde los once años, iniciando la secundaria. Dentro del mundo de los sueños podían verse, sentirse y bailar, pero en la vida real nunca se habían visto.
En una de esas noches, Miranda decidió que lo descubriría, y después de despedirse de Elizabeth, la siguió. Cruzaron por lugares muy familiares para ella: el colegio, su casa y hasta el salón donde había aprendido a bailar.
—¿Por qué?—murmuraba Miranda—. ¡Estos son mis recuerdos!
Elizabeth, quien ya conocía los planes de Miranda y sabía que la estaba siguiendo, le respondió:
—¿Y todavía no te das cuenta? Tú y yo somos la misma persona.
—¿La misma persona?—repitió Miranda.
—Sí―dijo Elizabet―. Siempre he estado contigo, solo que no te has dado cuenta. Soy tu otro yo, tu complemento, somos dos personalidades distintas en un mismo cuerpo.
—¿Naciste de mí? —preguntó Miranda.
Elizabeth asentó con la cabeza.
—Tú eras una niña tímida y callada—le dijo—. En secundaria, mi personalidad se vio reflejada como un apoyo a tu corazón. Me convertí en tu fortaleza y te ayudé a superar tus miedos. Dado mi carácter fuerte y firme, no permití que alguien pudiera lastimarte. No soy tu hermana, soy tú misma: cuando te presentas al público, cuando realizas tus trabajos escolares, cuando lideras tu grupo. Yo analizo tus situaciones y planteo la mejor alternativa. Te ayudo en tus trabajos y en las cosas rudas que tú no serías capaz de hacer. Mi deber es protegerte, no dejar que te desvíes de tus metas. Soy tu parte analítica y crítica.
Las personalidades se turnaban dependiendo de la situación. Sin embargo, cuando bailaban se convertían en una sola y su combinación de pasos, movimientos y sentimientos alcanzaba la perfección.
Los jurados y maestros quedaban impresionados con el talento que tenían ante sus ojos: Miranda y Elizabeth.