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El príncipe sin plumas

 


En uno de los hermosos jardines de una casa campestre un pajarito decidió acomodar su nido. Allí calentó los huevos, hasta que un día un gato maloso se trepó al árbol y mató a la madre pajarito.


El nido, junto con los huevos, cayó al césped. Por fortuna, Clara, una preciosa niña de siete años de edad y dueña de estos jardines, fue a su rescate antes de que el gato los atrapara. Con cuidado y tan rápido como pudo se los llevó a su padre.


—¡Mira, mira!—le dijo—Encontré este nido allá afuera. Chester, el gato de la vecina, se comió a su mamita.


Su padre tomó el nido y lo puso en una cajita de madera hecha para pájaros en su jardín y los cubrió cuidadosamente con varias mantas para calentarlos. Luego colgó una bombilla sobre ellos y repasó con tiza los alrededores para evitar las hormigas.


—Esto es lo máximo que puedo hacer—le explicó a Clara—. Hay pocas posibilidades de que nazcan con vida y menos de que sobrevivan sin su madre. Ahora solo resta esperar.


Luego de unas semanas, uno de los huevos por fin se rompió y de él nació un feo pájaro sin plumas. Fue el único en nacer de los tres huevos.


Con empeño, se dedicaron a su cuidado y como se dieron cuenta de que ni una sola pluma le crecería, el padre de Clara decidió tejerle una hermosa levita de su tamaño, hecha de las más finas telas y adornada con los más perfectos detalles. El traje le quedó tan bien que decidieron llamarlo “Príncipe”.


El débil pajarito creció y se fortaleció, dejando impresionados a sus dueños. Sin embargo, Príncipe no sabía o no podía volar, por lo que siempre se quedaba en su casita de madera y se ponía a cantar en las mañanas.


Su canto era tan hermoso que atrajo la atención de otros pájaros, pero al verlo inmediatamente se burlaban de él por el hecho de no tener plumas.


—¡Eres muy feo!—decían—En vez de príncipe te debieron llamar “Torvo”


El pobre pajarito se escondía dentro de su túnica y lloraba por las noches. Hasta que en una de ellas recibió la visita de un hada.


—¿Por qué lloras?—le preguntó ella.


—No tengo amigos—respondió Príncipe—. Soy feo, no poseo plumas y tampoco puedo volar.


—Anímate. Yo me llamo Lirio, y si quieres puedo ser tu amiga.


—¿Por qué ibas a querer ser mi amiga?


—Verás, vivo en las montañas y por allí ha corrido el rumor de que existe un pájaro con un hermoso canto que nunca ha sido visto. Recorrí el lugar para visitarle, pero de camino me he perdido y aquí he llegado. Ahora es muy tarde para regresar.


—Yo canto―dijo Príncipe―, pero no creo que tan bien como dicen tus compañeros.


—¿Cuál es tu nombre?


—Las personas que cuidan de mí me llaman Príncipe, pero los demás me dicen Torvo.


—Bueno, entonces te llamaré Príncipe―le dijo el hada―, y si me das posada esta noche, te visitaré todos los días.


El pajarito agradeció a Lirio y le indicó donde encontrar mantas para abrigarse del frío.


En los días siguientes, cumplió el hada con su promesa. A veces lo visitaba en el día para escucharlo cantar o en las noches para hacerle compañía.


En uno de ellos, Chester se escapó nuevamente y entró al jardín. Fue entonces cuando vio al inofensivo pajarito sobre su casita de madera y lo tomó desprevenido mientras cantaba. Al notar que la música sedetuvo, Clara corrió al jardín y rescató al pobre principito de las garras del gato y llorando lo llevó a su padre, quien a su vez llamó un veterinario.


—Me temo sea su última noche—les explicó el doctor.


El padre cubrió a Príncipe con su hermosa levita y lo puso nuevamente en su casita de madera esperando que un milagro sucediera.


Llegó la noche y con ella el hada, quien se sorprendió por encontrar a su amigo en tal estado y estalló en llanto.


—¿Por qué lloras?—se despertó Príncipe.


—Estás muy mal—le respondió Lirio.


—No llores mi querida Lirio, no gastes tus lágrimas en mí. Yo sé que voy a morir y tal vez no soy un pájaro hermoso y tampoco se volar, mas fui feliz porque te he conocido y a esas bondadosas personas que cuidan de mí. Por eso no debes de llorar, no me arrepiento de nada. Contigo a mi lado entendí que es el amor, pues me he enamorado de ti, Lirio.


—Si me pides que no llores no lo haré, ¿pero ahora me juras amor? Yo te correspondo porque también te amo. No mereces morir porque has sido bueno y has vivido poco. Yo en cambio he vivido mucho tiempo y viviré cientos de años más, pero no quiero hacerlo si no estás conmigo, por eso te cedo mi vida.


Príncipe se negó, pero el hada no le contestó y luego de un silencio, le dio un beso en la mejilla y con él le entregó su vida.


Príncipe se transformó en una hermosa ave con plumas de plata y oro y con finos detalles similares a los de su manto.


A la mañana siguiente, Clara y su padre se sorprendieron al ver a tan hermoso pájaro. Se preguntaban de dónde había salido y tan pronto como comenzó a cantar supieron que era Príncipe.


—¡Es él!—gritó la niña—. Reconozco ese canto, es Príncipe.


Al terminar, Principe les hizo una reverencia y despegó el vuelo.


—¡Adiós, Príncipe!—se despidió la niña.


—Visítanos—agregó el padre.


Y así lo hizo. Todas las mañanas volvió a cantarles. Se acomodaba en su casita de madera donde encontraba un Lirio que Clara colocaba cada semana.


Él por su parte dejaba caer una de sus plumas bañada en lágrimas mientras entonaba sus cantos. Los siguió visitando por muchos años, hasta que sus visitas se hicieron más prolongadas y pronto se ausentaron.


—Tal vez se fue a recorrer el mundo—decía Clara.


—O a calmar una pena…—murmuraba su padre. 




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