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El protector del jardín

 

El jardín de la señora Wendy era uno de los más hermosos de la ciudad. Estaba adaptado alrededor de un lago artificial y en él crecían flores y plantas de distintos tipos.


Pero una noche, un envidioso dejó caer cierto veneno que marchitó la vida del lugar, y por más que Wendy sembró y sembró, ya nada creció allí.


Pasaron muchos años, pero el jardín continuó sin ningún cambio. Los pajaritos que antes se acercaban a cantar ya no se oían. El lago estaba seco, y las flores de las que Wendy tanto había presumido no quedaban ni los tallos.


Una mañana escuchó tocar la puerta, uno de los niños del vecindario había perdido la pelota en su patio.


Wendy lo dejó entrar con cierta vergüenza.


El pequeño, al ver aquel desierto, sintió lástima y sacó de su pantalón unas semillas, las enterró con cuidado y se marchó, no sin antes rociarles con un poco de agua.


Wendy le regresó el gesto con una sonrisa y un chocolate, y le prometió que día y noche regaría la semilla. Así, y luego de unas semanas, se vieron los primeros brotes.


Sorprendida de lo que habían logrado las manos de un niño, reunió a un grupo de pequeños, y a cambio de que le ayudaran a sembrar más árboles, dio su palabra de construirles allí un parque para jugar.


Los niños se entusiasmaron con la idea y le ayudaron a que su jardín recuperara el atractivo de antes.


Una de sus plantas favoritas era sin lugar a dudas el caballero de la noche.


Faltaba que se ocultara el sol para que desprendiera ese delicioso aroma que Wendy tanto disfrutaba.


Durante mucho tiempo vivió feliz, porque tanto el caballero de la noche como los niños, le hacían compañía.


Pero una mañana se despertó y encontró a su caballero inclinado y con las hojas secas.


—¡Mi caballero de la noche!—gritó.


Y las preocupaciones de antes regresaron a ella.


—¿Quién te ha hecho esto?


—No—le contestó el caballero—, he protegido tu jardín como me lo has pedido. Lo hago porque me ha hecho feliz y la he pasado bien junto a ti.


—Entonces, ¿qué te ha ocurrido?


—Mi querida Wendy, me siento muy solo—gimió el caballero.


—¿No soy acaso suficiente compañía?, ¿y los niños tampoco?—insistió ella.


La planta tardó en responder.


—No es eso—dijo al fin—. Ver a los niños jugar todos los días y ver en ti esa sonrisa cada mañana me hace muy feliz, pero quisiera compartir esta felicidad con alguien más, alguien con quien pueda pasar el resto de mis días.


Wendy escuchó con atención sus palabras y a los pocos días sembró al lado del caballero a la dama de la noche, quien le haría compañía desde entonces.


Wendy, por su parte, se casó y tuvo muchos hijos que pudieron disfrutar de su jardín de generación tras generación.



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